Confieso que he mentido

Mentir no está bien. Nos lo enseñan desde niñas, y nos queda grabado para siempre en lo más profundo del corazón. La sinceridad es una cualidad que tiene muy buena prensa en la sociedad en la que vivimos.

De hecho, confiamos infinitamente más en una persona que juzgamos como sincera, con lo cual juega un papel determinante en las relaciones sociales. Por eso, cuando somos adultas nos complace tanto definirnos como mujeres íntegras y honradas. Pero ¿quién no ha mentido alguna vez? Y, en realidad, ¿quién puede poner la mano en el fuego que no volverá a hacerlo? Parece que la falsedad sea inherente a la persona humana, básicamente porque es difícil tener la valentía y la franqueza suficientes para afrontar la vida siendo siempre veraz. En muchas ocasiones preferimos ocultar la verdad o manipularla antes que asumirla.

Pero, ¿qué entendemos exactamente por mentira? Por supuesto, la falsedad es una mentira. Pero también incurrimos en la mentira cuando ocultamos información parcial o totalmente, cuando decimos medias verdades en un intento de suavizar la realidad o incluso cuando nos autoengañamos. Secretos y mentiras piadosas no dejan de ser mentiras, aunque las dosis sean prácticamente insignificantes y las intenciones sumamente bondadosas. Decía Confucio que la mentira es positiva cuando está orientada a evitar un mal mayor, pero debemos reconocer que no somos en absoluto fiables a la hora de decidir cuándo es mejor faltar a la verdad por esa razón, y probablemente encontraríamos tantas opiniones como personas.

El mentiroso tiene dos males: que ni cree ni es creído”, Baltasar Gracián

Sí, mentimos, a pesar de que la mentira no nos deja indiferentes. La mentira a menudo nos incomoda nos, nos descompone, nos desanima. Suele ser causa de gran angustia y se convierte en un claro factor de estrés. Porque mentir siempre supone obrar en contra de lo que consideramos correcto. Con cada mentira estamos traicionando nuestras propias normas y atacando nuestra propia integridad personal. Nos respetamos menos, confiamos menos en nosotras mismas o dejamos de confiar en nosotras por completo.

Y si resulta que mentir nos destempla y nos estresa, ¿cuál es el motivo que nos lleva al embuste? La razón más habitual es tan ancestral como simple: solemos mentir para que tengan un buen concepto de nosotras o para mantener la imagen que ofrecemos. A veces es una forma de autodefensa, una manera de garantizar que seguiremos siendo queridas. Pero esas mentiras suelen acabar en dolor y desamparo: cuando la falsedad se descubre, lo único que conseguimos es alejar al otro y acabar por hacerle el daño que precisamente pretendíamos evitar.

Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti”, Friedrich Nietzsche

Este dolor es particularmente punzante cuando para agradar mentimos a las personas más cercanas a nuestro corazón, cuando la mentira aparece en contextos donde el amor, el cuidado y la comunicación van siempre de la mano: la pareja y la familia. Solemos suavizar la verdad y a menudo evitamos afirmar cosas que sabemos que disgustan al otro. En entornos tan íntimos nos suele costar especialmente discernir hasta qué punto podemos mentir y en qué circunstancia conviene decir la verdad, aunque sea dolorosa. Mentir para proteger a la pareja, a los padres o a los hijos puede ser una causa sumamente loable, pero si la verdad sale a la luz no será un trago agradable para nadie. Las mentiras resquebrajan la confianza de las personas, y por esa grieta fluye el agua de la verdad, capaz de derrumbar el muro más sólido.

¿Qué se suele esconder tras la necesidad de incurrir en una mentira? En la mayoría de las ocasiones encontramos la baja autoestima, la inseguridad, la falta de confianza en una misma, el miedo al rechazo, la vergüenza, el temor al castigo o la crítica, o incluso lo deseos de manipular al otro. Según diversos estudios, hombres y mujeres mentimos por igual, pero mientras que ellos suelen mentir para sentirse mejor con ellos mismos, nosotras lo solemos hacer para que otros se puedan sentir mejor. Hay muchos factores que pueden llevar a una persona a mentir, y antes de juzgarla negativamente y retirarle de por vida nuestra confianza, conviene averiguar la causa.

Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa”, André Maurois

Así pues, dado que la verdad duele, pero la mentira sostenida enferma, debemos aprender a recuperar nuestra veracidad. Aumentar la honestidad es un maika_gonzalezbálsamo que puede sanar el alma del que miente. Sinceridad, sí, pero no confundiéndola con sincericidio: decir en todo momento y circunstancia absolutamente todo lo que se piensa puede ser una verdadera agresión al otro y puede tener consecuencias nefastas para la relación. La clave es que las cosas se pueden entender si se explican de la manera adecuada, y que uno puede ubicar mejor lo que le ocurre en esta dimensión de la vida y el tiempo si conoce su circunstancia, aunque ésta sea dolorosa, sobre todo si se percibe al otro como digno de confianza. Y para ser dignas de confianza debemos empezar por aceptarnos nosotras tal y como somos, será el primer paso para que los demás nos reconozcan. Debemos ser conscientes de que siendo nosotras mismas ya somos dignas de ser confiadas y amadas.

Y tú, ¿tiendes a mentir para agradar a los demás? ¿Tiendes a mentirte a ti misma suavizando tu propia realidad? ¿Eres consciente de que sinceridad y confianza suelen ir unidas?

Un abrazo bien fuerte,

Maika

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