Berrinches en niños: 6 pasos para calmarlos sin enloquecer

Todos nos enojamos​, eso es normal. Pero enojarse con la persona justa, en el momento oportuno, y en el grado justo, ¡eso es difícil! Y de esto se trata aprender a controlar un berrinche en un niño o niña.

Enseñarles a nuestros hijos no sólo a identificar su enojo, sino también a autogestionarlo es parte de nuestro deber como padres​. Todos los chicos son diferentes, eso lo sabemos. A algunos los enojan ciertas cosas y reaccionan de alguna manera, mientras otros expresan sus emociones de otro modo.

Como papás debemos enseñarles a nuestros hijos a explicar su enojo, no a demostrarlo. Y para eso, nada mejor que entender qué sucede en nuestros cerebros cuando nos enojamos.

Por qué algunos niños se enojan y golpean a sus hermanos, o rompen algo con furia? Les propongo adentrarnos en el maravilloso mundo del cerebro. El cerebro está formado por una parte más emocional (sistema límbico) y una parte más racional o pensante (neocórtex).

El cerebro emocional o límbico responde con mayor velocidad, aunque generalmente sus respuestas son más imprecisas porque no han pasado por el análisis de lo racional. Primero viene la emoción (se enoja y pega) y luego la razón (pide perdón).

En el secuestro emocional, nuestras emociones toman el control de lo que ocurre.

¿Alguna vez les pasó de enojarse tanto que hicieron o dijeron algo de lo que después se arrepintieron? ¡Entraron en un secuestro emocional!

La amígdala, en el cerebro, es una estructura con forma de almendra que está muy relacionada con los procesos de estrés y ansiedad. Cuando se activa la amígdala (generalmente en situaciones de miedo o ante la ira), entramos en un secuestro emocional. Esto significa que nuestras emociones toman el control de lo que ocurre.

Esto que seguramente les ha pasado alguna vez (o muchas veces) es lo que les ocurre a los chicos. Sin embargo, también habrán notado que algunos adultos se enojan más fácilmente que otros. Lo mismo ocurre con los niños.

6 pasos para calmar un berrinche

  1. El primer paso es que el adulto respire y mantenga la calma (si no, se nos va a activar la amígdala a nosotros y eso sería como poner nafta sobre el fuego). El adulto debe aprender a estar tranquilo, para poder responder, y no reaccionar. No lo olvidemos: para enseñarle a un niño a calmarse necesitamos nosotros, los adultos, poder hacerlo. Ellos nos observan y aprenden de nosotros.
  2. Estar tranquilos para evitar que la crisis escale. Una rabieta puede convertirse en un ataque de histeria en segundos. Por eso es bueno no “alimentar” ese berrinche.
  3. Intentar comprender qué le pasa al niño sin juzgar su comportamiento. En este momento, más que retos, lo que ellos necesitan es contención. Pensemos que en esta situación los chicos tienen aceleradas las pulsaciones, un alto nivel de cortisol en su organismo (el cortisol es una de las hormonas del estrés) y esto les genera dolor de panza, entre otros malestares.
  4. Explicarle al niño con firmeza, pero con ternura, por qué no puede recibir lo que desea. Es muy importante hablarles con calma, y en lo posible, mirándolos a los ojos.
    Si es posible, abrazarlos para contenerlos. Es importante que vean que llorar o patalear no los conducirán a lo que desean. Si no, estaríamos reforzando la idea de que hacer un berrinche es el camino más corto hacia eso que quieren.
  5. Crear una distracción. Sería ideal que identifiquemos el momento en el que está por comenzar un berrinche. De esta manera será más fácil distraerlo. Podemos intentar diferentes cosas: cantar, dibujar, tocar un instrumento, leer, buscar a alguien para jugar o hablar, jugar con la mascota, ayudar a alguien, comenzar un proyecto, cocinar, ordenar, escribir una historia, bailar, hacer ejercicio, etc.
  6. Una vez que la rabieta cesó, es decir, que bajó la amígdala, debemos conversar acerca del tema con tranquilidad. Es esencial mostrarles cómo deben pedir aquello que necesitan sin necesidad de escándalos. Tal vez nuestro hijo pedía a los gritos una galletita, y si bien esa no era la manera correcta de hacerlo, no podemos descuidar que tenía hambre y pedía alimento. Aprendamos a separar lo que dicen de cómo lo dicen.

Es importante validar las emociones de los chicos y ayudarlos a entenderlas y manejarlas.

Una vez que comprenden qué es el enojo y pueden reconocerlo, debemos trabajar la autorregulación. Es decir, cómo lo manejamos.

Les propongo algunas ideas que puedes compartir con ellos:

Respirar hondo.
Contar hasta 10.
Ejercicios de relajación y mindfulness.
Pedir ayuda.
Jugar con masa.
Correr o hacer deporte.
Visualizar algo bonito.
Jugar con una caja con arena.
Tocar el agua debajo de una llave.

Debemos luchar nuestras batallas como adultos para estar calmados al momento de corregir conductas en los niños.

Existe una gran diferencia entre criar y educar. Educar implica más tiempo, más paciencia, y más estar en el aquí y ahora.

Es conciencia plena, y luchar nuestras propias batallas como adultos para poder estar calmados, enfocados, y conectados al momento de tener que corregir conductas en los niños. Es tratar de no herirlos, no lastimarlos, estar presentes, y amarlos incondicionalmente.

No existen ni el padre o madre perfectos ni el hijo perfecto. No existe guión o manual que nos indique cómo ser buenos papás o mamás. Algunas veces tenemos miedo de fallarles. Otras, en cambio, nos invade el miedo de ser muy permisivos (o ser demasiado exigentes), no estar a la altura de las circunstancias, no saber qué hacer, miedo a ser juzgados, miedo a ser sus amigos y no sus padres, a que no sean queridos por otros, etc. Queremos ser fuente de inspiración para ellos, pero a veces, el trajín del día a día, hace que se convierta en una tarea difícil.

Todos los padres, en alguna oportunidad, hemos dicho o hecho cosas de las que nos arrepentimos. Sin embargo, si ponemos nuestra atención en brindarles a nuestros hijos lo mejor que tenemos para dar, no importa cuántos errores cometamos, siempre habrá una nueva oportunidad para aprender y seguir adelante. El secreto detrás de esto podría asociarse, tal vez, a la paciencia, la resiliencia, la alegría y la calma interna para interactuar en momentos álgidos. Cuando lo hacemos logramos una mayor conexión no solo con nuestros niños, sino también con nosotros mismos.